¿En que momento las empresas tecnológicas se convirtieron en una especie de bonus pater familias los cuales deciden que ideas pueden ser expresadas en público y cuáles deben ser silenciadas?
La pregunta surgió en la sala de redacción, cuando uno de nuestros editores se topa con una noticia del diario New York Post, que da luces sobre cómo el hijo del candidato presidencial demócrata Hunter Biden presentó a un empresario ucranio a su padre cuando éste era vicepresidente.
Twitter censuró la difusión de un explosivo caso de corrupción administrativa en la era Obama que desprestigia al candidato demócrata en la recta final de la campaña electoral norteamericana. Cuando nuestro editor decide compartir la nota en Twitter, la plataforma bloquea la difusión del mensaje.
Para nadie es secreto el sesgo que tienen las corporaciones tecnológicas hacia agendas políticas globalistas. La primera enmienda de la constitución de EE.UU. garantiza el derecho a la libre expresión sin importar el contenido del mensaje.
Un miembro del cuerpo editorial del New York Post hizo saber en Twitter que esa plataforma estaba bloqueando la difusión de su noticia.

Lejos de entrar en la validez, veracidad o parcialidad del medio y el artículo publicado, resulta preocupante que un grupo de censores decidan por la audiencia la valencia moral de la argumentación en el ejercicio del periodismo libre. Desde esta tribuna buscamos informar sobre los acontecimientos. Hallamos ofensivo que se nos considere pueriles en la aplicación del ejercicio del raciocinio, las inferencias y las interpretaciones al momento de difundir una noticia o narrarla.
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Este trato condescendiente y degradante hacia la colectividad de mano de las grandes corporaciones tecnológicas resulta preocupante en un momento donde los ciudadanos americanos cuestionan el rumbo que toma su sociedad mientras se preparan para una reñida elección.
Estas empresas —de forma unilateral e inconsulta— se abrogan una responsabilidad individual y personalísima: El poder de la decisión. El deber ser, es que sea usted, el lector, el que decida cuáles contenidos consumir y cuáles no. Todo aquel que le diga a usted, apreciado lector que el contenido «x» o «y» no es apto, incorrecto, desacertado o censurable le está faltando el respeto.
Twitter y Facebook son corporaciones que reciben exenciones de impuestos como plataforma de comunicación, exenciones que no tienen medios como Factores de Poder, CNN, Fox News, o MSNBC. La razón de esto radica en que el Congreso de los EE.UU. diseñó leyes prêt-a-porter para Jack Dorsey y Mark Zucerkberg.
Hoy en día, las corporaciones tecnológicas tienen un poder sobre la colectividad que ni siquiera los gobiernos y sus redes de inteligencia tienen. Tanto así que hay empresas que hacen búsquedas sistematizadas con sofisticados algoritmos para escudriñar lo que alguna persona pueda haber expresado en un momento dado para justificar sus despidos, contrataciones, ascensos y similares.
Facebook ha llegado al extremo de subcontratar trabajadores que actúan como censores a libre criterio para ejercer una función de policía del pensamiento en esa red social. De estos procederes dignos de una novela distópica estilo «Un Mundo Feliz» o «Mil novecientos ochenta y cuatro» nos queda observar con desdén como el nihilismo y la vacuidad se hacen con el razonamiento coherente y razonable en la esfera del debate público.
Atrás quedaron los años en los cuales los liberales de izquierda norteamericanos defendían la libre opinión y expresión de las ideas como bandera política. Hoy en día, siguiendo el libreto de Saul Alinsky, los antiguos defensores de los derechos civiles terminaron entregándose a un autoritarismo 2.0 militante.
El partido demócrata, cuya defensa de los derechos civiles pareció haber quedado relegada a un segundo plano desde que abrazaron las ideas de las políticas identitarias, parece un cascarón vacío a ser reclamado por las grandes corporaciones y los intereses foráneos.
Cuando las plataformas digitales incurren en este tipo de prácticas poco éticas, condescendientes, y francamente autoritarias, es usted, estimado lector, quien es el afectado. Aceptar este tipo de comportamientos implica que la audiencia no es capaz de poder discernir.
En otras palabras, la audiencia es corta de mente, y está en manos de unos «bienintencionados» censores —que nadie conoce, por los que nadie votó, con agenda política propia— determinar que cosa le conviene a usted saber.
En Factores de Poder, hemos cubierto el tema de la censura de las plataformas digitales. Nuestra plataforma ha sido víctima de los caprichos de los censores de Twitter en dos oportunidades. Nuestra web es objeto de ataques cibernéticos, y la campaña de desprestigio hacia nuestros trabajadores es implacable. En Factores de Poder continuamos difundiendo informaciones con la verdad como principio supremo, para que estas sean consumidas por la audiencia de forma libre y haciendo uso de su propio criterio.