Si imaginamos una buena representación del concepto de libertad en la naturaleza, probablemente, nos venga a la mente la imagen de un ave. Así, por ejemplo, cuando vemos volar a un pájaro, nos imaginamos sus alas como metáfora de ruptura de las cadenas con las que, aún hoy en día, viven y hacen vivir a muchos seres humanos.
Cuando en el año 2006 nace la red social Twitter, Noah Glass, uno de sus creadores, eligió denominarla “Twttr”, como onomatopeya del trino de un pájaro. Y desde que el pájaro virtual comenzó a trinar por el mundo de las redes, no ha parado de arrastrar usuarios hasta reunir a 436 millones de tuiteros activos, según los datos del informe Digital 2022, realizado por la conocida plataforma “We Are Social y Hootsuite”
Twitter es un adolescente de 16 años que, a pesar de su juventud, tiene ya varias arrugas y cicatrices por los comportamientos y actitudes que han ido mostrando tanto los propios usuarios como los gestores y ¿censores? Que han controlado la compañía del pájaro más famoso del ciberespacio.
Lo cierto es que esta red social no solo atrajo la atención de los usuarios, quienes se imaginaron que podrían volar libres en la era digital, expresando ideas, sentimientos, ilusiones y frustraciones para compartirlas públicamente en el universo previo al metaverso, sino que, también, muchos personajes públicos se dieron cuenta de la enorme influencia que podía tener engancharse a la estela del vuelo de aquel pajarito azul.
Y, pronto, a los personajes famosos se unieron otros muchos grupos y lobbies de poder, en busca de más poder. A ellos también se sumaron los periodistas, los economistas, los jueces, los abogados, los reputados artistas, los artistas sin reputación y, por supuesto, los políticos…
Millones de personas, personalidades y personajes de todo tipo y condición, se dieron cita diaria (y nocturna) con esa nueva y gigantesca plaza pública que trinaba cada vez más fuerte como el trino de millones de pájaros en busca de vuelos cada vez más altos, más libres.
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Sin embargo, el vuelo libre del pájaro más famoso (hasta hoy) en la historia de las redes sociales, pronto empezó a ser torpedeado por los usos y abusos de su depredador natural: el hombre (y la mujer).
La historia de Twitter puede resumirse en la historia de los anhelos y tropiezos de la propia humanidad: persiguiendo y construyendo vías hacia la libertad para, después, destruirlas y volver a encadenarse en las mismas jaulas en las que se pretende controlar los vuelos de la humanidad.
Y, así, las ráfagas de libertad pronto comenzaron a nublarse entre la neblina de muchos excesos de mal gusto y los insultos de cientos de miles de humanos disfrazados de pájaros negros y los grises nubarrones de los censores de parte (de la parte que solo interesa a otros humanos disfrazados de pájaros de color político que conviene al ideario dominante).
A partir de todos esos nubarrones el pajarito ya no podía volar tan libre. El cielo limpio y azul que empezó sobrevolando se tiñó de contaminación por los odios de unos y las censuras interesadas de otros.
El trino del pájaro de Twitter es la forma que debiera representar la libertad de expresión de los humanos. Ese trinar en libertad significa, ni más ni menos, hacer posible uno de los derechos humanos conquistados por los hombres y las mujeres, con mucha sangre, sudor y lágrimas, a lo largo de la historia de la civilización.
Sin embargo, ese vuelo libre no es fruto tampoco ni de los fundadores originarios de Twitter ni de quien viene ahora a pretender ser su salvador, su nuevo dueño, Elon Musk. El pájaro de Twitter debe volar en libertad porque, como regula la Convención Universal de los Derechos Humanos (Art.19): “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”
Y los únicos límites que podrían establecerse en ese volar libre y en el trinar de los tuiteros, es el que se establece también en el Convenio Europeo de los Derechos Humanos (Art.10): “El ejercicio de estas libertades, que entrañan deberes y responsabilidades, podrá ser sometido a ciertas formalidades, condiciones, restricciones o sanciones, previstas por la ley, que constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad nacional, la integridad territorial o la seguridad pública, la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral, la protección de la reputación o de los derechos ajenos, para impedir la divulgación de informaciones confidenciales o para garantizar la autoridad y la imparcialidad del poder judicial.”
Por tanto, defender la libertad de expresión en cualquier parte del mundo civilizado o en cualquier red social del ciberespacio significa proteger el estado de derecho y la defensa de los derechos humanos. Los límites a esa libertad de expresión deben establecerse no por intereses económicos, políticos o de cualquier otro motivo espurio e interesado, sino para no conculcar ningún otro derecho fundamental y para evitar cualquier acción ilegal o delictiva de quien exprese libremente su opinión. Eso es lo que deben entender todos los usuarios, gestores y dueños de una compañía como Twitter.
Mucha suerte a Elon Musk para que sepa y pueda hacer trinar y volar en libertad al pajarito azul.
Carlos Lacaci – Abogado
Socio director de Lacaci & Delgado Abogados