Rusia tal vez sea una de las naciones más incomprendidas por los formadores de opinión contemporáneos. Entre quienes siguen analizando el mundo con los anteojos de la Guerra Fría y aquellos que consideran que las alianzas geopolíticas responden a afinidades ideológicas antes que a intereses nacionales, ha emergido una neblina de mitos y propaganda sobre un país que ha adoptado un camino singular.
Diferente a casi toda Europa y América, Rusia es uno de los pocos países de origen cristiano que se ha negado a aceptar el orden hegemónico imperante en estos continentes. Nos referimos a la religión demoliberal en lo político y el dogma progresista en lo social.
Este modelo de desarrollo ruso y puramente ruso —que sería caprichoso encasillar en categorías politológicas creadas en alguna Universidad de la Ivy League— nunca ha sido de agrado para el régimen de Estados Unidos, principal impulsor de este orden hegemónico globalizante.
La toma de poder de la nueva administración de Biden y la purga contra los partidarios de Trump dentro del Partido Republicano significan que Rusia deberá enfrentar nuevamente una envalentonada liga de rusofóbicos dentro de las filas neoconservadoras y demócratas. ¿Qué podría proyectarse de esta situación?
Republicanos o Demócratas, ¿más de lo mismo para Rusia?
Lo primero que debe señalarse es que no hay diferencias de fondo entre los liderazgos tradicionales del Partido Demócrata y los del Partido Republicano. Unos culpan a Rusia de todo, los otros a China.
A su vez, ambos por igual acusan a Irán de ser una presunta amenaza de seguridad interna, cuando el único problema real con el país persa pareciera ser que está ubicado en una región del mundo que todo el establishment norteamericano quiere controlar: el Medio Oriente. Recientes movimientos de personal y armamento militar podrían señalar que un ataque conta Irán seguirá siendo una posibilidad muy real en el futuro cercano
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Lo resaltable de dicho entorno: no hay indicios de que estas tendencias de la política exterior de EEUU vayan a cambiar significativamente. Puede que Trump las haya moderado o reajustado según sea el caso, pero desde hace tiempo han estado por encima de quien ocupe la Presidencia.
El imperio estadounidense está en fase de decadencia, por lo que sus objetivos, mecanismos y capacidades seguirán siendo los mismos o menores. Aunque Biden prometa que le mostrará a Rusia cuan «dura y poderosa» será su política exterior, la realidad es que no tiene más herramientas para amenazar a Rusia que las que Trump tenía. En términos simples, lo primero que se puede proyectar en el mundo de la “realidad real” sobre el conflicto Rusia-EEUU es más de lo mismo.
Sin embargo, en el mundo de las ilusiones en que se ha convertido Estados Unidos, las apariencias importan más que los hechos. La clase política norteamericana tiene dos métodos de lidiar con cualquier problema: el uso de la violencia o el uso del dinero. Como no habrá violencia contra Rusia, sí habrá mucho dinero.
Vale hacer un paréntesis para señalar que bastante de ese dinero también será gastado en sandeces ideológicas como educación de sexodiversa en África, teoría racial crítica en Europa, feminismo en Suramérica, entre otras doctrinas progresistas de esta índole.
De regreso a lo anterior, lo que ocurrirá a continuación es que este financiamiento se repartirá en una extensa burocracia estadounidense y europea —conformada por una larga red de contratistas, fundaciones, ONGs, centros de estudio y demás fuentes de influencia—, con el fin de ejecutar todo tipo de operaciones mediáticas y políticas en cuanto país les sea posible, dirigidas a intensificar la concepción de Rusia como esa oscura nación sin libertades que amenaza la paz del mundo.
No faltarán los imprudentes —pero influyentes- que sigan hablando de Putin como un socialista o tirano— con ello condicionando la opinión pública y la política exterior.
Estas prácticas no son nada nuevas, pero es lógico esperar que el presupuesto para estos fines sea todavía mayor. En el pasado mucho de este financiamiento se gastaba directamente dentro de Rusia, sin embargo en los últimos años Moscú ha impulsado nuevas regulaciones que han hecho mucho más cuesta arriba para estas organizaciones anglo-globalistas penetrar en la dinámica política rusa.
Por lo tanto, EEUU imprimirá una buena porción de dinero completamente inútil para los ciudadanos norteamericanos, cuyos principales beneficiarios serán los grandes “especialistas” en materia rusa que seguirán generando charlas, papers, libros y foros irrelevantes que servirán para explicar cómo “debemos contrarrestar a Rusia” y cómo “Biden sí es duro con Rusia”.
¿Y la respuesta de Rusia? También “más de lo mismo”. La clase política rusa continuará expresando su repudio a la hostilidad de sus “socios” occidentales. De hecho, el Ministro de Exteriores Serguei Lavrov y uno de sus delegados recientemente dieron declaraciones en las que basicamente señalaban que Rusia no buscará ninguna forma de diálogo con Occidente. Y francamente no se les puede culpar, en lo que respecta a los gobiernos de la anglosfera y gran parte de Europa, Rusia no tiene a nadie a quien hablarle para asuntos de esta envergadura.
¿Y las provocaciones militares?
El Imperio estadounidense seguirá emitiendo “amenazas” contra Rusia o sus allegados. En este artículo se hace referencia estrictamente a la situación entre Rusia y EEUU. Lo que significaría la administración Biden para países cercanos a Moscú, como Siria, es materia para otra discusión.

En términos estrictamente militares, la OTAN/EEUU no es una verdadera amenaza para Moscú, cuyas fuerzas armadas son mucho más pequeñas, pero sumamente hábiles y capaces para su tamaño. Una de las prioridades fundamentales del Kremlin desde hace mucho tiempo ha sido la construcción de un cuerpo militar realmente poderoso, no solo con capacidad de disuasión, sino de combate real en todos los sentidos.
Por el contrario, los ejércitos de muchos países occidentales tienen décadas sin entrenar ni prepararse tecnológicamente para pelear verdaderas guerras de gran envergadura. Las fuerzas militares se han convertido en instrumentos de propaganda para “enviar mensajes” o para operaciones de contrainsurgencia.
Como señalan diversos (y verdaderos) especialistas en la materia, incluso en un escenario de una nueva carrera armamentista, Rusia no tendría mayores preocupaciones. El mismo Putin ha explicado recientemente que mientras Occidente asigna grandes sumas de dinero a cualquier problema, el enfoque de Rusia es asignar cerebros, no dinero. Según el mandatario, esto es lo que ha permitido a Rusia desarrollar los sistemas de armas que fueron mencionados por primera vez en 2018 por Putin.
La realidad es que hoy día el ejército ruso está mucho mejor entrenado y posee una tecnología más moderna que EEUU para lo que concierne a operaciones reales de combate. El 80% los equipos y herramientas de todas las ramas militares rusas han sido completamente renovados recientemente. Todo esto con una pequeña fracción del presupuesto que EEUU destina a estos asuntos (la Fuerza Espacial, los misiles hipersónicos, y la Inteligencia Artificial están lejos de ser un sistema de armas realmente desplegable para una verdadera guerra).
En síntesis, los EEUU pueden gastar miles de millones de dólares para “contrarrestar la influencia rusa o china”, pero esto no ayudará en nada a los objetivos y capacidades reales del Imperio estadounidense. Lo que conduciría a una pregunta más realista, ¿qué podrá cambiar con el gobierno de Biden en todo aquello que esté por debajo de la confrontación militar directa?
La periferia rusa, más allá de la confrontación directa
En una rueda de prensa reciente, Putin dijo algo muy llamativo sobre la administración de Trump: “la actual administración aplicó 46 veces nuevas sanciones contra Rusia, contra sus entidades legales. 46 veces, esto no ha pasado nunca antes. Pero al mismo tiempo, el comercio bilateral subió un 30% en contraste con el año pasado, por más extraño que parezca, a pesar de todas esas restricciones”.

Al ser este el antecedente de un supuesto Trump pro-ruso, es esperable que la clase política de Rusia proyecte la asunción de Biden con cierto fatalismo, muy común en el Kremlin respecto a su visión de EE.UU..
De esta forma, lo que sí es realista esperar son los intentos de Biden y Harris para mostrar cuán “duros” son con Rusia y Putin. Demandarán a sus satélites de la OTAN que continúen «enviando mensajes” a Rusia y muestren su “unidad”. En cuanto al comercio entre ambas naciones, tal vez vuelva a reducirse, aunque con la veleta Demócrata nada puede darse por sentado. También se puede proyectar que seguirá creciendo la lista de agencias y corporaciones sancionadas por los EE.UU., cuestión incómoda para los rusos.
Sin duda la propaganda anti-rusa se intensificará, especialmente con las largas filas de periodistas corporativos dispuestos a repetir cualquier tesis sin fundamento (recuerden Russiagate).
La retórica contra el gobierno ruso tomará tintes más radicales y paranoicos, sumados a ciertos niveles de acoso leve (cierre de oficinas rusas en EEUU, expulsión de eventos internacionales, incluso arrestos nacionales). En el momento que se escribe este artículo Hillary Clinton acaba de revivir la teoría conspirativa sin sustento del complot entre Putin y Trump para socavar la democracia estadounidense.
Debajo de la confrontación militar directa también está la capacidad de usar a Ucrania o Georgia para revivir algún conflicto local. Esto no es imposible considerando antecedentes como el apoyo de EEUU a la infiltración de agentes del Servicio de Seguridad de Ucrania dentro de Rusia.
Una política de agitación en estos países tendría como objetivo provocar una respuesta en Rusia, pero nada más. No deja de ser un camino plagado de dificultades como unas fuerzas armadas débiles en Ucrania y Georgia, al igual que una fuerte seguridad fronteriza por parte de los rusos.
Otros han planteado la posibilidad de “desestabilizar” a Rusia mediante la creación de conflictos en su periferia. Es imposible en este artículo siquiera describir de forma resumida en este artículo lo que ocurre en estos países periféricos, pero señalemos algunas ideas claves: Rusia ha declarado oficialmente que no permitirá que Bielorrusia sea conquistada por el Occidente anglo-globalista; Polonia solo es una amenaza para países débiles o cuando está apadrinada por un aliado poderoso, ninguna de las dos cosas ocurren hoy día; Ucrania es un país lleno de problemas de corrupción, sin una política consolidada y con muchos problemas económicos para representar una preocupación para Rusia.
Sigamos con estas ideas: Rusia lentamente ha minimizado económicamente a los tres países bálticos, incluyendo su exclusión de la red de energía rusa-bielorrusa; el Cáucaso está asegurado en manos rusas; Rusia y China siguen disfrutando una larga luna de miel que solo sigue profundizando su relación y niveles de colaboración, lo cual incluye la provisión por parte de Rusia a China de tecnologías para la defensa; Asia Central siempre ha sido una región inestable, pero la influencia de Estados Unidos nunca ha sido mayor que las garantías y acuerdos ofrecidos por el gobierno ruso para los mandatarios de esta zona.
¿Tiene sentido esperar algún cambio importante en cualquiera de estos ámbitos durante los próximos 4 años del Bidenismo? Francamente, no. Lo que nos conduce a nuestra conclusión.
Las bondades del soberanismo
El clima político entre Rusia y el Imperio estadounidense ciertamente va a empeorar. Gran parte de esta conflictividad tomará lugar en la arena mediática —que no debe tomarse como un mero espacio simbólico—. El lento colapso de la esfera de influencia de la estructura de poder mundial encabezada por Estados Unidos no brindará mucho tiempo ni nuevos recursos para que sus líderes intensifiquen las políticas anti-rusas del pasado. Trump o Biden nunca representaron una diferencia significativa para los asuntos internos de Rusia.
Hay quienes han planteado que el mundo que viene se dividirá en diversos nodos que a su vez se segmentaron en dos grandes bloques: el bloque de Occidente bajo el dominio del orden demoliberal, que estará muy ocupado intentando sobrevivir a una crisis económica, social y política que apenas comienza; y el bloque del resto del mundo, cuyo único factor en común será su intento de desligarse del colapso occidental y desarrollarse por cuenta propia en un entorno mundial inestable e impredecible.
Es decir, la hostilidad contra Rusia seguirá siendo más o menos la misma que la de las últimas administraciones estadounidenses. Un tanto más incómoda, un poco más invasiva, pero nada que la amenace significativamente. Precisamente, la búsqueda de un modelo de existencia soberana que se vea lo menos afectado posible por lo que ocurre en el mundo exterior, es la cualidad que resulta incómoda de dicha nación. Por esto, la mayoría de los rusos han sido indiferentes sobre quien quedaría en la Casa Blanca.