Y el pobre en su choza democracia pidió

Por Manuel de la Cruz

Entre las múltiples acepciones de democracia, la cultura política hegemónica realza dos nociones; sistema de gobierno y mecanismo de transferencia de poder.

El primero nos alecciona sobre un status quo idealizado, hoy configurado en términos ideológicos; y el segundo instrumentaliza las premisas democráticas para facilitar la alternabilidad del poder de forma pacífica.

En la práctica ambas imágenes encarnan un sistema monolítico falaz edificado sobre una mentira: la ifalibilidad popular.

En sus orígenes helenos, la democracia de los antiguos dista radicalmente del parapeto propagandístico que manoseamos hoy. Si bien, la constitución orgánica de Atenas admite el gobierno de todos los ciudadanos, no todos los habitantes de Atenas eran ciudadanos.

Quiénes accedían a la posibilidad de ejercer alguna magistratura, eran los politai; atenienses de origen, padres de familia, con propiedades.

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El poder de los demos, o distritos, fue ejercido por los representantes de tales demos. Los ciudadanos que por su solvencia moral y financiera podían permitirse pensar y hacer lo político. Qué diferencia con las distopías igualitarias contemporáneas, donde presos, muertos y hasta guacharacas votan.

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Con la decapitación del acien régime, los jacobinos echaron mano de la idea democrática para justificar una nueva configuración del poder, divorciada de las estructuras monárquicas tradicionales. El derecho divino fue suplantado por el mandato popular, tumultuosa riada guiada por hábiles estafadores.

La lectura tendenciosa de los hechos históricos equipara la libertad al gobierno de los más, hasta el punto grotesco que, miles de almas confundidas reptantes en la miseria material de una tiranía socialista, claman con sus últimas fuerzas vitales por más y mejor democracia. Es perverso.

Imaginemos por un momento, que poco o nada tenemos que ver con la desolada Tierra de gracia. ¿Qué pensar de quien agonizando por inanición,  pide a gritos democracia? ¿Qué clase de cruel experimento social, ha sido conducido en aquellas tierras?

Venezuela es Macondo, pueblo de cadáveres pidiendo el voto.

Stricto sensu la democracia no es, ni nunca ha sido, sinónimo de libertad. Los próceres independentistas y los catedráticos salamantinos coinciden en elogiar la heroicidad ateniense por su afán de proteger la libertad como realidad concreta: la no dominación extranjera y la posibilidad de dictar sus propias leyes, democráticas o no.

En la Hélade, la pérdida de la libertad equivalía directamente al rapto de las mujeres, la profanación del suelo sagrado y la esclavitud de los hombres. Se trató siempre de una dimensión agónica asumida por los ciudadanos que, teniendo el derecho de gobernar, también contaban con el deber de tomar las armas cuando la ciudad peligrara.

El heleno motivado por la preservación de la libertad, tanto en democracia como en monarquía, defendió su ciudad con mayor ferocidad que sus invasores. Y es ese amor tangible por nuestra tierra el que debiera ser motor de su defensa. No una premisa abstracta e ideológica como la democracia o las elecciones libres.

Venezuela pisoteada hoy por logias y gobiernos foráneos, será salvada cuando recupere su libertad, no obstante, la auténtica libertad no deberá confundirse con un patético simulacro electoral.

La libertad no es un derecho, es una conquista. Y como conquista, es privilegio de los aventureros. La libertad es para valientes.

Reconquistar la libertad perdida ha de ser nuestro norte político, y no otro. Una libertad real indiscutiblemente enlazada a la nación como unidad histórica y de destino. La libertad de conformar un mando auténticamente nacional, venezolano, capaz de reorganizar al país y remover las rémoras rojas que hoy le destruyen. Así tenga que recurrir a medios no democráticos para conseguir y preservar esta libertad.

Una vez en clases de filosofía política, una profesora a quien estimo mucho nos aleccionó de forma sencilla sobre el significado de la ciudadanía venezolana. Nos aconsejó, cada vez que dudásemos sobre los elementos del republicanismo criollo, repitiésemos la letra del himno nacional. Allí está todo.

Hoy lo hice y concluí que nunca el pobre en su choza democracia pidió. Siempre se trató de libertad.

Manuel de la Cruz es politólogo, articulista y consultor político venezolano.

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