«Uno llega muy golpeado y tiene que aprender a transformar el dolor», dijo un nicaragüense. «Por eso siempre estaré agradecido a México por darme refugio».
Marian Pérez Guerra, de 39 años, supo cuándo era el momento de abandonar su país natal, Nicaragua.
«Empezaron a disparar a nuestra casa. Ahí supimos que teníamos que irnos», dijo, relatando las amenazas que recibía constantemente tras su participación en las manifestaciones contra el gobierno del presidente Daniel Ortega.

«Me decían que me iban a secuestrar, en algunos casos me decían que me iban a violar, para hacerme desaparecer», relata Pérez Guerra, que se fue en septiembre de 2018 y ahora vive en Ciudad de México.
En los últimos años, México ha dejado de ser un país de tránsito para las personas que se dirigen a Estados Unidos, convirtiéndose cada vez más en el destino final de un importante flujo migratorio. Entre 2014 y 2019, el número de solicitudes de asilo registradas en el país pasó de 2.137 a 70.418, un aumento de más del 3.000 por ciento, según la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, o COMAR.
«Uno llega muy golpeado y tiene que aprender a transformar el dolor», dijo Pérez Guerra sobre su nueva vida. «Por eso siempre estaré agradecida a México por haberme dado refugio».
Te puede interesar
Pérez Guerra forma parte de una enorme marea mundial: en 2020 había 82,4 millones de refugiados y desplazados internos registrados, según el último informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Es una cifra récord, más del doble de los casi 40 millones de hace una década. Es comparable a la salida de toda la población de Alemania.
En 2013, México registró sólo 1.296 solicitudes de asilo. Cuatro años después, la cifra era de 14.619, y en 2019, el gobierno recibió más de 70.000 peticiones. Se prevé que la cifra total para 2021 sea de entre 90.000 y 100.000 solicitudes de asilo.
Por su tamaño y oportunidades económicas, México ha podido manejar el flujo migratorio impulsado por las sucesivas crisis en los países centroamericanos, según Andrés Ramírez Silva, quien dirige la COMAR.
«El país tiene capacidad para recibirlos. Sin embargo, eso nos plantea un reto importante porque estamos preparados para atender a un determinado número de personas y, de repente, aumenta muy rápidamente hasta convertirse en algo de emergencia», dijo Ramírez, que trabajó durante más de dos décadas en ACNUR y es experto en políticas migratorias en la región. «Por eso no hay suficiente presupuesto ni capacidad operativa. Es un fenómeno que se da en muchos países, no sólo en México».
Una esperanza para los venezolanos
Según ACNUR, el 68% de los refugiados y desplazados del mundo provienen de cinco países: Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Birmania. Destaca el caso de Venezuela: Sin sufrir un conflicto armado, 4 millones de personas se han ido por la crisis política y económica.
Ángel Sucre es uno de esos millones. A sus 28 años, el ex estudiante de ingeniería y portavoz de la organización opositora Jóvenes Venezolanos ha recorrido más de siete países en su afán por escapar de la persecución del régimen de Nicolás Maduro, que según él lo encarceló y torturó durante más de un año. Su caso fue denunciado por varias organizaciones de derechos humanos como Foro Penal en Venezuela, que destacó la «inseguridad procesal» y el maltrato físico que sufrió.

«Lo peor fue cuando te enrollaban en una colchoneta y te golpeaban con bates de béisbol. ¿Sabes por qué lo hacían? Porque no deja cicatrices, pero te rompe por dentro», dijo caminando por la capital mexicana.
Sucre se fue a Perú, donde apenas se estaba acostumbrando a la libertad y empezó a soñar con tener un local propio que fusionara la gastronomía de Perú y Venezuela. Luego llegó Covid-19 y más xenofobia contra los migrantes.
«Cuando hicieron un grafiti cerca de mi casa que decía: ‘Malditos venezolanos’, entendí que tenía que irme. Me fui en enero de 2021 y aquí estoy», cuenta.
Ha recorrido cientos de kilómetros en autobús, coches, motos y barcos para cruzar Ecuador, Colombia y la peligrosa región selvática del Darién, donde «es casi imposible cruzar sin que te pase algo grave.»
Tras escapar de un campo de refugiados en Panamá, huir de las bandas centroamericanas y subirse a la Bestia -el famoso tren de mercancías mexicano-, Sucre dijo que intentará llegar a Estados Unidos para cumplir su sueño de «estudiar y ser mejor persona».
Pero Sucre no descartó quedarse en México si no funciona en Estados Unidos.
«Es un país increíble. Me siento feliz aquí», dijo emocionado. «En todas partes hay problemas, pero los mexicanos son gente emprendedora. La verdad es que te inspiran a quedarte».