La Central de Abastos de Ciudad de México fue en su día un peligroso foco de la pandemia. En la actualidad, está retomando e intensificando sus objetivos de una economía circular y sin residuos.
«A finales de febrero, marzo de 2020, tuvimos que tomar la decisión. Si cerrábamos, la ciudad y el país morirían», resume la directora de la Central de Abastos, Marcela Villegas Silva, sobre la situación que vivió el mayor mercado mayorista y minorista del hemisferio occidental cuando la pandemia llegó a México. La amenaza no fue tomada en serio, ni siquiera por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, quien a finales de marzo instó a la población a seguir comiendo en los restaurantes, diciendo «yo les diré cuándo deben tener cuidado». Ese mismo día, la jefa de gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, exhortó a la población a permanecer en sus casas para evitar ser contagiados. En ese momento, el coronavirus hacía estragos en los vastos pasajes de la Central de Abastos, decenas de personas murieron, quizás cientos, el propio gobierno no sabe cuántas. Allí trabajan unas 70.000 personas, que proporcionan el 80% de los alimentos que se consumen en la ciudad y el 30% del consumo del país.
El académico de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) fue nombrado coordinador general de la Central de Abastos el pasado mes de agosto, tras ejercer como director de innovación y proyectos. Es la primera mujer que ocupa este cargo. «Al principio la gente no creía en la pandemia. Algunos nos dijeron más tarde que cuando fueron a los hospitales, tampoco estaba claro lo que ocurría allí.
Actividad esencial
Como todos los mercados oficiales, la Central de Abastos se consideraba esencial, y no cerró, aunque las infecciones aumentaron rápidamente. En colaboración con las autoridades de la Ciudad de México, la Secretaría de Salud y el municipio de Iztapalapa, donde se encuentra este enorme centro comercial y de acopio, se desarrolló una estrategia que se fue mejorando con el tiempo.

«Desde los primeros días se inició la desinfección, y a finales de abril se puso en marcha un operativo más formal; contamos con 11 consultorios médicos, se instaló un sistema de megafonía para invitar a la gente a visitar los consultorios, y fuimos pioneros en la ciudad en la aplicación de pruebas (gratuitas para el público), con dos laboratorios, uno de ellos gestionado por la Cruz Roja», explica Juan Pablo Espejel, coordinador de planificación de la Central de Abastos.
La Central de Abastos (CEDA) recibe diariamente toneladas de productos frescos y alimentos procedentes de todo el país. Se fundó en 1982 con el objetivo de concentrar la creciente afluencia de comerciantes y consumidores en las afueras de la ciudad. Se divide en 8 zonas para alimentar a más de 20 millones de personas al día. Mientras que en épocas normales recibe unos 300.000 visitantes al día, esta cifra se ha visto muy reducida por la pandemia. La Navidad, tradicionalmente el periodo de mayores ventas, fue el más deprimido, con pasillos semivacíos y una caída de las ventas de más del 50% debido al cierre de bares y restaurantes. Los precios también bajaron.
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Planta de producción de biodiésel
Tras la experiencia de la gestión sanitaria de la pandemia, el director es optimista respecto al futuro. Para ella, el reto más importante es consolidar los proyectos de economía circular, entre los que se encuentra la primera planta de producción de biodiésel, que se inaugurará en julio de 2020 con una capacidad de 3.000 litros de biocombustible al día, lo que permitirá operar a 200 vehículos pesados.

Para ello, se recoge el aceite alimentario usado en la Central de Abastos y en las cocinas de 40 mercados públicos pertenecientes a 4 de las 16 alcaldías o demarcaciones territoriales que conforman la Ciudad de México.
«Hay 325 mercados en la ciudad. Todavía tenemos que recoger todo el aceite usado que la gente tira por el desagüe. Estamos sensibilizando a todos los mercados públicos donde hay alimentos, para que ya no los tiren, sino que se concentren en traerlos aquí», explica Marcela Villegas.
La idea es que la propia población entregue su aceite usado en los mercados para que sea enviado a ADEC. «En la ciudad, las amas de casa y la población en general tiran el aceite usado por el desagüe, queremos que la población entienda que eso no es lo correcto porque ensucia mucho el agua.