- por Eugenio Narbaiza desde España
La tentación totalitaria
¿Mostró el Gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias una deriva autoritaria desde el inicio de su legislatura?
¿La pandemia le ofreció la oportunidad de acumular todo el poder para cambiar el régimen por la puerta de atrás, constituirse como casta política hegemónica y transformar la sociedad para gobernar en exclusiva?
Estamos convencidos de ellos. Es la tentación totalitaria que acompaña a toda ideología izquierdista.
En este libro detallamos cómo lo están llevando a cabo: colonizando el Estado y sus instituciones, cambiando leyes y códigos para satisfacer a sus socios «golpistas» e independentistas, asumiendo un discurso contra el orden constitucional, marginando a la oposición hasta tildarla de enemiga de la voluntad general y de la propia democracia, controlando por la vía de las subvenciones de publicidad institucional o directamente vía amenazas los medios de comunicación, imponiendo una educación igualitarista que aboca al fracaso en este mundo globalizado, atacando a la Corona y exhalando de un discurso violento y, en ocasiones, «guerracivilista».
En tiempos de incertidumbre las sociedades libres y maduras confían en el esfuerzo de los individuos, en su capacidad de innovar y en su trabajo.
Los gobiernos, en vez de crear problemas donde no los hay, algo propio de la socialdemocracia, ayudan a sentar las bases de la prosperidad individual.
Es en las sociedades enfermas por los colectivismos y el estatismo, en las sociedades previamente infantilizadas, donde en momentos de zozobra, como es el caso de la pandemia de Covid-19, se pide mayor intervención del poder político y se confía la solución a los problemas a ingenieros sociales.
Es lo que hoy sucede en España. En el peor momento, y con el peor gobierno posible, no son pocos quienes, confundiendo el bien común con lo público, vuelven sus ojos hacia el Estado, exigiendo expropiar a unos para favorecer a otros. Es el pillaje de pandillas propio del colectivismo, que tan magníficamente describiera la autora de origen ruso Ayn Rand en ‘El Manantial’. La comodidad de la tutela estatal crea una falsa sensación de seguridad. Y eso lo saben, y utilizan en su provecho, los totalitarios.
La degeneración de la igualdad y de la democracia, cuyo antónimo no es dictadura sino demagogia, produce ese totalitarismo.
Un totalitarismo que anida en el corazón y las mentes de quienes dirigen el actual gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias -tanto monta, monta tanto-, como se visualiza en sus intentos de domeñar el Poder Judicial, la colonización del Estado, su absoluto desprecio hacia el pluralismo y la libertad política, su intento de imposición de un igualitarismo ramplón, pueril y anticientífico, la deslegitimación de la oposición, la destrucción del espíritu de concordia que inspiró la Transición pero también los Tratados de Roma que dieron origen a la Unión Europea y el blanqueo de la banda terrorista ETA.
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Encima, a derecha e izquierda han surgido en toda Europa, y España no iba a ser la excepción, movimientos populistas que pretenden construir una sociedad homogénea, a imagen y semejanza de sus líderes e ideas políticas. Estos populistas, que se alimentan de la confrontación y el victimismo, no creen en la pluralidad, en el debate de ideas, ni en la libertad de expresión. Por eso atacan a los medios de comunicación cuando lo publicado no les gusta.
No tienen nada que ver con los liberales, que, como advirtiera Thomas Jefferson, pensamos que más vale prensa sin gobierno que gobierno sin prensa. Los liberales somos siempre críticos con la socialdemocracia. Y con los colectivismos, siendo conscientes que, como sostuvo Fichte, todo nacionalismo deriva indefectiblemente en socialismo y todo socialista en nacionalista.
Somos los férreos enemigos de los ingenieros sociales de todos los partidos; esos que pretenden dictar a todos cómo debemos de vivir y qué debemos pensar. El síndrome populista es incompatible con el liberalismo. Porque para el populista, con el fin de vivir en su propio paraíso y solo bajo sus reglas, se deben de erigir muros allí donde la gente consiguió derribarlos. El populista es iliberal.
La tentación totalitaria desprecia las costumbres democráticas propias de las sociedades libres y, aprovechando el miedo y la incertidumbre creadas por una pandemia mundial, trata de imponernos sus dogmas pseudoreligiosos.
La mayoría, por lo anteriormente descrito, está con ellos, dispuesta a cambiar libertad por seguridad, ignorando que perderán ambas. Décadas de hegemonía cultural de la izquierda en la educación, la cultura y los medios no iban a pasar en balde. Es difícil de asimilar, pero nuestra izquierda actual pretende no solo controlar los medios de producción o nuestras costumbres, sino que aspira a controlar nuestras mentes.
La responsabilidad, que es la otra cara de la libertad, no está de moda. ¡Que lo arregle el Estado!, claman sin darse cuenta de lo que entraña recurrir al problema como solución. Decía Ayn Rand que “cuando el bien común de una sociedad es considerado como algo aparte y superior al bien individual de sus miembros quiere decir que el bien de algunos hombres tiene prioridad sobre el bien de otros hombres, aquellos consignados en el estatus de animales sacrificados”. En el punto en el que nos encontramos serán sacrificados todos aquellos que no se plieguen a los designios de la nueva oligarquía. No se admitirá la más mínima disidencia.
Se trata, una vez más, de crear el hombre nuevo, la sociedad perfecta. El panorama no puede ser más desolador. No solo estamos ante una crisis económica, estamos inmersos en la mayor crisis moral de los últimos cuarenta años.
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