Mientras el mundo sigue surfeando con sangre, sudor y muchas lágrimas la ya muy larga travesía, en la cual nos embarcó un virus tan contagioso como despiadado, en España intentamos sortear la tercera ola de la maldita pandemia, entre peleas políticas, crispación social y mucho ruido, demasiado ruido…
Quizá, allende nuestras fronteras, también se produzcan los mismos hechos que aquí nos causan sorpresa, perplejidad, asombro, indignación. Pero, claro, acá, no nos preocupa tanto lo de allá, porque lo de allá suele quedarnos siempre demasiado lejos. Lo de fuera, qué lo arreglen los de fuera, o no… Así piensa el común de los mortales, sin reparar en el hecho de que todos los mortales somos semejantes, al menos, al momento de nacer y al de perecer…, y al de contagiarse o enfermar por el coronavirus.
Pugna por derechos civiles en plena pandemia
Hay una cuestión que, por si alguien no hubiera querido verla hasta la fecha, ya va quedando bastante diáfana: la muerte, nos iguala. El microscópico virus tiene la misma capacidad para fulminar la vida de cualquier persona, sea americana, europea, africana, asiática u oceánica. Ni que decir tiene que, también, e independientemente de su lugar de nacimiento o residencia, el virus tampoco hace “amigos” por afinidades políticas, o ideológicas.
En cualquier caso, dejando a un lado la triste evidencia citada y centrándonos ahora en el interior de nuestras fronteras, nos topamos con la doble desgracia de estar ante una de las peores crisis sanitaria y económica de la historia en España. A lo anterior, habría que sumar una falta, casi absoluta, de rigor, sentido común y responsabilidad por parte de los gestores de la cosa pública, es decir de los gobernantes. Por ello, ni desplegando 47 millones de paraguas, representada por la resistencia y paciencia de cada español, somos capaces de hacer frente a esta tormenta perfecta.
No obstante, a pesar de tantos cisnes negros, acabaremos por ver luz entre tanta oscuridad. La calma que nos llegará tras la tormenta vestirá con la armadura del aguerrido español que ya batió a otros tantos acontecimientos tristes y duros de nuestra agitada historia.
Hasta que veamos la necesaria luz al final de este largo y tortuoso túnel propongo que, al menos, intentemos formar parte de la solución y no de acrecentar el grave problema que tenemos ante nosotros. En mi condición de abogado, habituado por la profesión a tener que bailar entre las diferentes cuitas de cada parte, casi siempre muy distantes entre sí, apuntaré que lo más conveniente cuando la cosa viene muy disputada es intentar alcanzar la posición más cercana al punto intermedio.
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Esta pandemia nos ha traído muchas cuestiones nocivas. Daños directos y colaterales, sin duda. Entre los colaterales, los que se refieren a la restricción de numerosos derechos fundamentales a los que no estábamos acostumbrados a renunciar.
En España llevamos más de 40 años disfrutando de una democracia que consagra constitucionalmente, entre otros derechos fundamentales, el derecho a la vida, a la salud, a la integridad personal, a la igualdad, a la libertad personal, a la seguridad, a la circulación, a la educación, al sufragio, a la libertad de empresa, etc. Y, tras uno de los momentos históricos de más larga prosperidad y estado de bienestar esta pandemia ha venido también a conculcar lo que casi ningún otro sedicioso ha logrado dinamitar de nuestro Estado de derecho.

La letal y contagiosa enfermedad Covid_19 ha llegado también para ponerse el traje de golpista e intentar dañar la línea de flotación del necesario juego de equilibrio entre los derechos fundamentales con los que intentamos convivir en paz dentro de nuestra sociedad. La vida y la salud son los bienes más preciados que cualquier persona atesora. Este virus ha sesgado ya la vida y la salud de demasiadas personas, que en paz descansen.
Quienes aún lloran por la triste ausencia involuntaria de los suyos ven como quedan en un mundo más hostil, en medio de restricciones de derechos, en ocasiones, justificadas, en otras, incomprensibles para el común de los mortales.
En efecto, entre medias de la pandemia hemos visto y seguimos viendo restringido nuestro derecho a la libertad de circulación y movimientos, a la libertad de empresa, a la libertad de reunión, etc. En ocasiones, se trata de una auténtica pugna de derechos fundamentales entre los que no queda muy claro cuál de ellos debe prevalecer.
Una de las últimas pugnas entre derechos fundamentales que hemos podido presenciar y que miles de ciudadanos padecen y seguirán padeciendo en los próximos días, se da entre el derecho fundamental a la salud y el derecho fundamental al sufragio (poder votar en las elecciones catalanas fijadas para el día de los enamorados, el próximo 14 de febrero).
Fijar un equilibrio entre ambos derechos no parece cuestión pacífica ni sencilla. Evidentemente, la salud y la propia integridad física de las personas, debería estar por encima de cualquier otro derecho fundamental, salvo el que se refiere a la vida, obviamente el primero en importancia y orden de protección.
Ahora bien, el derecho al sufragio, recogido en el artículo 23 de nuestra Carta Magna no debe ser conculcado tampoco, en tanto en cuanto presupone la manifestación del derecho a participar en los asuntos públicos, es decir, poder votar y elegir a los representantes políticos.
También es cierto que, antes de que el “bicho golpista” logre mermar, aún más, algunos de los pilares democráticos, como lo es nuestro Estado de derecho, e intente aumentar el nivel de crispación entre los españoles, hay una herramienta que, hasta que las vacunas consigan eliminarlo de nuestras vidas, puede ser muy eficaz. Esta herramienta se llama sentido común, es decir, el menos común de los sentidos.
Mientras la ciencia no consiga derrotar al coronavirus, con sentido común, podremos mitigar sus daños directos o los colaterales. Si toca no dar mítines políticos, pues no se dan. Si toca posponer las elecciones, se posponen. Si toca legislar para implementar un sistema de voto telemático, con nuevas herramientas digitales, se hace. Si toca reducir el gasto público en asignaciones superfluas o ministerios ineficaces, se reduce.
Si toca asignar ayudas directas a autónomos y pymes en sectores muy perjudicados por los efectos de la pandemia, se asigna. Si toca sancionar a quienes se cuelen en el turno de la vacunación, se sanciona. Si toca subir el salario a los sanitarios y a quienes salven vidas, se sube. Si hay que dotar de más medios para prevenir de la salud de las personas mayores, se les dota…
Si, a la hora de intentar equilibrar entre la pugna de los diferentes derechos fundamentales en juego, utilizamos el sentido común, también ganaremos la partida al “bicho golpista” y solucionaremos la pugna de derechos, en interés de los más vulnerables. Estoy convencido.

Carlos Lacaci – Abogado
— Socio director de Lacaci & Delgado Abogados @lacaciabogado
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