Por Alicia García Rodríguez, desde España
Pablo Iglesias se merece una serie
Una serie sin pizca de gracia, sin escenas de acción -es evidente la poca afición al trabajo del vicepresidente segundo del Gobierno español-, de frases cortas de vuelo bajo, de escenas en penumbra, a la sombra de todas las conspiraciones que intenta urdir contra la arquitectura democrática de la España nacida de la Transición y de la Constitución de 1978, la España que ha vivido, indiscutiblemente, las mejores cuatro décadas de su historia moderna.
En alguno de los capítulos, se vería a Iglesias ausente de las residencias de mayores donde miles de ancianos han fallecido durante la pandemia de COVID-19. Se le vería llegar tarde, indolente, a la declaración del primer estado de alarma que, de haberse decretado una semana antes, alrededor del 7 de marzo de 2020, habría salvado unas 23.000 vidas.
También le veríamos satisfecho al comprobar que su plan para que España se convierta en una economía subsidiada, al estilo de la Venezuela chavista o la Argentina kirchnerista, avanza gracias a la caída del 11% del PIB, la deuda pública disparada al 117% de la riqueza anual nacional, la pérdida de 100.000 empresas, de 300.000 autónomos, de 600.000 empleos y de 900.000 trabajadores en ERTE.
En otro momento de esa serie que merece el vicepresidente, aparecería con los galones de gestor de las Políticas Sociales del Gobierno mientras crecen las colas del hambre, con el ingreso Mínimo Vital sin abonar, con el reciente recorte a las pensiones de las madres trabajadoras. Él y su partido, que se dicen feministas y progresistas.
En sus andanzas audiovisuales, Iglesias estaría siempre acompañado de sus secundarios favoritos: separatistas catalanes, bilduetarras, otros comunistas y cualquiera que amenace la estabilidad de la democracia española. Siempre contrario a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, siempre atacando a la democracia, a los medios de comunicación, a la libertad de los ciudadanos, siempre despreciativo hacia los símbolos nacionales, siempre primero del lado de un rapero que enaltece el terrorismo antes que de un hostelero o un trabajador autónomo.
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La serie de Pablo Iglesias sería también de tribunales, llena de jueces y abogados. La Justicia, por doquier, la Justicia que hoy está investigando al propio Iglesias, la que ya condenó a su número dos, Pablo Echenique, y a la portavoz de Podemos, Isa Serra; la que tiene imputados al número tres del partido, Alberto Rodríguez, por atentar contra la autoridad, y al cofundador de la formación, Juan Carlos Monedero, por presuntos cobros irregulares. La Justicia que está tras los pasos de la Caja B de Podemos en la Audiencia de Madrid.

Frente a Iglesias y a su manera de entender el servicio público a los ciudadanos, aupado por Pedro Sánchez a un lugar de la política española que pudo soñar, pero que nunca mereció, está el Partido Popular, que sigue trabajando en todos los frentes.
Con un plan de choque económico de 50.000 millones de euros para bajar impuestos, aumentar la flexibilidad laboral y aumentar la liquidez directa a pymes y autónomos, especialmente de los sectores más devastados por la crisis, como son el turismo y la hostelería. Un PP con la mano tendida para establecer un marco legal contra la pandemia, preocupado por las prestaciones de las madres, recortadas por este Gobierno antisocial.
Efectivamente, Pablo Iglesias se merece una serie, pero de serie B, porque Iglesias es la política desgarbada, la política de corbata esporádica y estrecha, como esa mirada. La política de un vicepresidente segundo, nada menos, que, de camino a asaltar los cielos, decidió hacer parada y fonda en un chalé de Galapagar que le pagamos todos los españoles y cuyas llaves le guarda Pedro Sánchez.
Pablo Iglesias es la política de la que los españoles están hasta el moño. En fin, que sí, que Pablo Iglesias se merece una serie, y que la vea solo él.
—Alicia García Rodríguez es diputada nacional del Partido Popular
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