Por Manuel de la Cruz, desde España
Hace un par de años —rodeado de un generalato afeminado y corrupto— Nicolás Maduro dejó colar entre sonrisillas el orgullo que le inspiraba el ser conocido por sus adversarios como el «Stalin del Caribe«. Una bravuconada fantoche, propia de nuestros tiranuelos.
No dudo que tanto Josef Stalin como Nicolás Maduro compartirán habitación en la historia por su común gusto cuasi vocacional de asesinar inocentes, siendo ambos promotores de la cosmovisión socialista. Sin embargo, el tirano georgiano cuenta entre su historial oprobioso el mérito de haber librado una guerra auténtica; mientras que el procónsul de Cuba apenas se ha visto amenazado por idealistas con escudos de cartón.
Puede que el frondoso bigote que a ambos retrata sea una cortina para ocultar tantos rumores eróticos, y que, los excesos de ambos respondan a una estrategia para evitar ser relegados al puesto de un histórico segundón sea frente a Lenin, sea frente a Chávez. No interesa profundizar en esos paralelismos más bien anecdóticos.
El paradigma político en Venezuela está suspendido en un trance no convencional, las fuerzas vivas de la otrora Tierra de gracia terminaron sometidas por el yugo de las fuerzas ocultas. Lo telúrico ya no conspira porque domina: tras asaltar el Estado, los revolucionarios convertidos en oligarcas tienden puentes con centros de poder en todo el orbe afines a la imposición del gobierno global.
Venezuela es un enclave geopolítico demasiado importante como para ser dirigido por un sicario regordete de escasas miras. Maduro es un parapeto, un vocero sin habilidades histriónicas de la triangulación La Habana – Caracas – Pekín. Sus titiriteros procuran preservar el hito venezolano por su posición geográfica y sus potencialidades energéticas.
Quizá, un país habituado a la miseria o el despotismo propio del Asia aceptaría sin chistar una esclavitud ideologizada como la que encarna el modelo chavista. Venezuela, cuyos habitantes se erigieron alguna vez entre los más prósperos y cultos de la región, luchó. Nuestros mártires lo demuestran.
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Sospecho que las hordas comunistas son más versátiles de lo que la mayoría cree, y semejante a otros dogmas, albergan en su seno concilios y reformas con tal de mantener en la posteridad la fe en el materialismo histórico y dialéctico.
Manuel de la Cruz, Politólogo UCV
Abrumado por las continuas protestas y amenazas insurreccionales, el centro de poder decidió albergar una nueva casta política-económica lo suficientemente influyente como para calmar las aguas, pero al mismo tiempo incapaces de alzar olas por sí mismos. Esta nomenklatura socialité y socialista que il popolo conoce como boliburgueses y enchufados, responde a operaciones psicológicas y económicas repetidas en otras experiencias socialistas.
El orden soviético lejos de acabar con la explotación del hombre por el hombre, le reemplazó por la esclavitud del hombre por el partido.
La nomenclatura soviética se erigió en una auténtica casta, a la par de los antiguos brahmanes, que monopolizó la dirección de los países de la URSS. No sólo funcionarios y comisarios políticos, también aparecieron como silentes tentáculos de la logia marxista empresarios, actores, clérigos y hasta opositores.
Volviendo a Venezuela, da igual el porcentaje de empresas privadas relevantes frente a las públicas, cuando su totalidad están controladas por funcionarios del partido o por empresarios sanguijuelas de los subsidios públicos y cuya única decisión válida es aceptar so pena de expropiación y muerte, la dirección marcada por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Siendo las principales fuentes de ingreso real en Venezuela la minería, los hidrocarburos y el narcotráfico; las tres dominadas por la oligarquía socialista, es estéril debatir sobre si el partido ejerce control efectivo sobre los medios sociales de producción.
Ese tema le corresponde al clero marxista-leninista y sus distintos acólitos, mentes necias que ven a Venezuela como un paraíso fiscal y anarco-capitalista solo porque cualquiera puede vender tabaco en la ventana de su chabola.
Al verdadero poder poco le importa el surgimiento de mercados diminutos y caóticos que mantienen ocupados a sus agentes en minucias. «En Venezuela puedes hacer lo que quieras», sí, mientras no sea contra la tiranía.
Visto desde la estrategia, el chavismo prefiere que el lugareño se sienta risueño por seguir importando Nutella a sobreprecio, en lugar de indignarse porque los ingresos petroleros son usados para promover candidaturas socialistas en la región.
Maduro como el Deng
Tras la muerte de Mao Zedong, uno de sus más prominentes lugartenientes se enfrentó a las contradicciones internas del partido y las distintas facciones que pretendían mantener un modelo económico totalmente centralizado. Deng Xiaoping vio más allá de la ceguera economicista, y comprendió que debía emprender reformas estructurales en materia económica para mantener a flote el proyecto socialista.
Xiaoping fundó al actual determinismo tecnológico chino con las loas al avance científico habidas en prácticamente la totalidad de la obra de Carlos Marx. Por ejemplo en la Ideología alamana (1932) encontramos que «la liberación real no es posible si no es en el mundo real y con medios reales, que no se puede abolir la esclavitud sin la máquina de vapor y la mula y, que no se puede abolir el régimen de la servidumbre sin una agricultura mejorada».
Releyendo a Mao y Marx, desarrolla la teoría de los Cuatro puntos cardinales como nuevo paradigma político del Partido Comunista de China (PCCh). Dicha tesis justifica la apertura económica como medio para igualar y superar a las vanguardias tecnológicas del mundo capitalista. Las concesiones económicas lejos de representar la caída del socialismo, como bolcheviques de salón o liberales de café hacen ver, demuestran que el orden socialista es una configuración principalmente política antes que económica.
La dialéctica histórica entre las fuerzas de la burguesía contra el proletariado, y campesinado en el caso chino, sigue estando vigente como pendón de batalla en las mentes adoctrinadas detrás de gigantes empresariales como Xiaomi o Huawei. Para ellos, la macroeconomía y el modelo de competencia y acumulación de capital son herramientas para consolidar el poderío del partido fronteras afuera. ¿Qué más da si las empresas chinas cotizan en Wall Street cuando sus presidentes son diputados del partido comunista más grande y poderoso del orbe?
En una publicación llamada Elevad el pendón del pensamiento de Mao Zedong y adheríos al principio de buscar la verdad desde los hechos (1978), Deng Xiaoping explica cómo el líder de la revolución intentó seguir el camino leninista adecuando su estrategia a la realidad objetiva en China. Aunque coincidiendo en la meta de conformar una revolución socialista, Mao apostó por alzar primeramente al campesinado y rodear después a las grandes ciudades. Una movida heterodoxa que aseguró la victoria comunista aunque contradijese la predilección de Lenin por el proletariado urbano.
Xiaoping en un ejercicio lúcido de realismo político critica el estado de atraso en que se encontraba la China revolucionaria y resume en un par de párrafos lo que será el imperativo categórico que signará por décadas el horizonte político chino:
En el mundo de hoy, nuestro país se considera pobre. Incluso dentro del tercer mundo, China todavía se considera relativamente subdesarrollada. Somos un país socialista. La expresión básica de la superioridad de nuestro sistema socialista es que permite que las fuerzas productivas de nuestra sociedad crezcan a un ritmo vertiginoso desconocido en la vieja China, y que nos permite satisfacer gradualmente las necesidades materiales y culturales en constante crecimiento de nuestro pueblo. (…) Si la tasa de crecimiento de las fuerzas productivas en un país socialista va detrás de la de los países capitalistas durante un período histórico prolongado, ¿cómo podemos hablar de la superioridad del sistema socialista? (Deng Xiaoping, 1978).
Más allá de la retórica ostentosa, Xiaoping deja entrever una lógica realista que admite la introducción de elementos económicos foráneos sin que ello suponga la capitulación de las máximas comunistas que definen el cariz de Pekín desde la guerra civil.
La relación entre el partido y la economía de mercado es netamente pragmática e instrumental. China seguirá siendo socialista siempre que el criterio político de sus mandatorios sea también socialista. Son irrelevantes los mecanismos productivos y financieros que hoy enmarcan su sistema económico.
Apunta Carl Schmitt que el soberano es aquél que decide en la excepcionalidad. Y está claro que por más empresas y oligopolios que permita el gigante asiático en sus relaciones económicas; en caso de guerra o excepcionalidad será la arbitrariedad del partido comunista encarnada en la figura monolítica de Xi Jinping, la que se imponga. ¿Quién puede objetar esta verdad?
Alguna vez conocí el planteamiento de un funcionario de alto nivel chino que decía: «para nosotros el avance socialista está, en que hace décadas nuestro pueblo hacía colas por pan, hoy lo hacen por el último iPhone». A ellos francamente les da igual la rigurosidad ideológica cuasi zelota de sus pares occidentales, reconocen que es el poder real y no la influencia económica la que decide.
Para un marxista ortodoxo, esto es una renuncia a las bases fundacionales de la dialéctica. Para la élite política maoísta, la apertura del mercado responde a la necesidad del perfeccionamiento del orden socialista: la tiranía sigue viva como único centro indisputable de poder.
De allí, que en 1979 Deng Xiaoping como estadista principal del PCCh sentara los siguientes cuatro principios cardinales:
Defensa del camino socialista.
Defensa de la dictadura democrática popular.
Defensa del liderazgo del Partido Comunista de China.
Defensa del pensamiento de Mao Zedong y el marxismo-leninismo.
Deng Xiaoping no fue un héroe ni un redentor tal y como algunos liberales descarriados sostienen. Su obra se resume en hacer irreversible el dominio del partido a través del pragmatismo económico. Jamás se retiró completamente de los asuntos públicos, de hecho, su influencia estuvo hasta sus últimos años en forma de tentáculos y operadores afines a su proyecto generacional.
Bajo la sombra de Xiaoping, China recrudeció su oscuro Estado policial, aumentó la esfera biopolítica de la opresión a través de su ley de un solo hijo, y permitió la masacre de disidentes como la tristemente sofocada Revuelta de Tiananmén (1989). Todo mientras sus lugareños estaban entretenidos con las innovaciones importadas de occidente.
Sostengo que la izquierda internacional a través de sus órganos de poder colegiado (Foro de Sao Paulo, PSUV, PCCus, PCCh, etc), instrumentaliza el mandato de Maduro para introducir reformas económicas con factores financieros afines al centro de poder (oligarquía roja, banqueros, etc), para perfeccionar una transición futura entre el caos distópico que caracteriza a la revolución bolivariana y una autocracia de criterio político socialista pero de economía mixta. Venezuela va rumbo a una transición, sí, pero desde la barbarie chavista a la rigurosa arbitrariedad del modelo chino
Pocos darán cuenta de este pacto crematístico, estarán ocupados buscando divisas para comprar en el nuevo bodegón que la familia Cabello instaló en el vecindario.
No cabe duda que habrá más pan. Y que como varios de mis correligionarios todavía en Venezuela me dicen, «se encontrará de todo». El problema radica en la falta de memoria de la sociedad, que atraída por los bienes de importación olvida que quién los distribuye está adscrito al cartel narcotraficante de los soles.
Como no destruyamos la pérfida revolución chavista en la inmediatez, atestiguaremos su existencia perpetua. Ya llevan dos décadas tiranizando a Venezuela, de nosotros depende que no sea un siglo.
¿Qué hacer? Como alecciona Maquiavelo, es imposible ir contra un príncipe poderosísimo cuando se carece de fuerzas. Quién todavía se encuentre en Venezuela hará bien en resguardarse y conspirar en las sombras sin exponerse innecesariamente.
Los que estén en el exilio, seguir con la labor de ser las voces de todos aquellos atrapados en la vorágine. ¡Pero también los brazos y las piernas! Como no organicemos la Reconquista real de Venezuela, no quedará país que liberar.
—Manuel de la Cruz es politólogo egresado de la Universidad Central de Venezuela
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