Editorial

Cinco de noviembre de 2020

La derecha neoconservadora está de acuerdo: Había que salir de él. No basta su meteórico ascenso en escalera mecánica a la presidencia: Fue de lo más eficiente en deshacerse de candidatos malos como Jeb Bush, Lindsey Graham y Ted Cruz. El magnate sobrevivió a los dardos de Mitt Romney, Barack Obama y Nancy Pelosi. En cuatro años Donald Trump no puede decir que no lo intentó.

Excepto que no lo intentó. Fracasó estrepitosamente en llevar adelante sus principales propuestas. No construyó el muro, y lo poco que hizo, lo buscó pagar con dinero incautado a la delincuencia revolucionaria, creó una situación tensa con una China comunista que amenaza el sureste asiático y sus rutas comerciales marítimas.

Navegó —como todo estratega de Manhattan— hábilmente desde la presidencia, combinado con el inside knowlege de toda una vida de codearse con todo tipo de flora y fauna que habita la jungla de concreto de la Gran Manzana. No construyó un muro: Fue lo suficientemente hábil como para reemplazar a Preet Bharara de la fiscalía y jugar ajedrez político con el Directorio Nacional de Inteligencia —que tampoco le tiene simpatías.

El veterano magnate de bienes raíces, empresario hábil —corrupto para algunos, y astuto para otros en materia tributaria— apenas se hizo con las llaves del 1600 de la Avenida Pensilvania puso a sus hijos en puestos claves del gabinete.

Los atolondrados nombramientos de Donald Trump en el gabinete son símiles de sus andanzas en el hit reality show The Apprentice: Reemplazó al mejor estilo de un programa de televisión nacido de la flojera creativa de Hollywood a todo el que no le fue útil, desde Omarosa Manigault-Newman —que renuncia por «ver cosas que la hacen incómoda»,— Alex Acosta —el fiscal que trató con guantes de seda a Jeffrey Epstein—y «empresarios» como Anthony Scaramucci, amigo del operador financiero del chavismo Danilo Diazgranados.

Criticado por el nepotismo —al mejor estilo de Rafael Caldera—, fustigado por el trato de sus distintos encargados de prensa —las eternas peleas de Sarah Sanders con Jim Acosta—hacia los reporteros y la forma en la que se expresa de las líneas editoriales que en su opinión, son deshonestas en detrimento de realizar su labor porque están casadas con una línea ideológica contraria a los intereses nacionales, Donald Trump se enfrenta a una reelección en la que el populismo demagógico de la izquierda y de unos medios con un sesgo zurdo capaz de «coronar» a Joe Biden, abiertamente dispuesto a asumir el control de la Casa Blanca.

Desde Europa ven a Trump mal a ambos lados del pasillo, con la excepción de agrupaciones nacionalistas, atacadas en esos países por el imperativo moral de existir.

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