- El golpe de estado del 4F-1992 fue el sangriento debut de los gobernantes actuales de Venezuela.
- Un cuartelazo fracasado, reencauchado —gracias al delito de la falsificación de la historia— como una gesta heroica.
- Megalómano y estadista, víctima en el cadalso político que ayudó a crear, el 4F-1992 representa el segundo strike en el aporreado turno al bate presidencial del exitoso caudillo venezolano de una era que ahora sólo dos generaciones vivas añoran.
El martes cuatro de febrero de 1992 (4F-1992) un grupo de comandantes, mayores, capitanes, y tenientes —todos comandantes de tropas— decidieron ejecutar una serie de maniobras para deponer al entonces presidente de la república Carlos Andrés Pérez. Era algo anunciado. La prensa y la oposición liquidaban al ego de Pérez, quien pedía —e imponía—austeridad. Su equipo de tecnócratas —los IESA boys que hoy se ponen del lado de los tenedores de bonos—mostraban con orgullo tasas de interés, tipos de cambio, y otros índices macroeconómicos que mostraban que la cosa se estaba encaminando, que lo que quedaba de la Gran Venezuela podía ser resucitada por su poster boy.

4F-1992: Una conspiración a toda voz & un ego a todo dar
Carlos Andrés Pérez siempre descartó toda posibilidad de que le hicieran un golpe de estado —y le dieron doble tolete—, sus confidentes y asesores más cercanos siempre eran ninguneados cuando le sacaban el tema; y él —dedo índice agitando el aire mediante— les recordaba en el más severo de los tonos que él era el Jefe de Estado; y que era él, el que resolvía los asuntos del tema militar.
No importaba que todos —hasta sus familiares— le dijeran que le estaban gestando un golpe; él había superado las asonadas de los años sesenta. Despreciaba y ridiculizaba cualquier diagnóstico de inestabilidad política a su derredor. Enfrascado en la imagen massmediática que le crearon de estadista y caudillo latinoamericano le parecía insólito que se susurrara la palabra «crisis» en los medios de un país que tenía precios del barril de petróleo en baja que cerraba el año 1991 sin déficit fiscal.
Despreciaba y riculizaba cualquier diagnóstico de inestabilidad política a su derredor. A su juicio, a él, no le podían hacer un golpe.
No importaba que todos —hasta sus familiares— le dijeran que le estaban gestando un golpe; él había superado las asonadas de los años sesenta. Despreciaba y ridiculizaba cualquier diagnóstico de inestabilidad política a su derredor. Enfrascado en la imagen massmediática que le crearon de estadista y caudillo latinoamericano le parecía insólito que se susurrara la palabra «crisis» en los medios de un país que tenía precios del barril de petróleo en baja que cerraba el año 1991 sin déficit fiscal.
Poco le importaban los votos de censura que le imponían desde el congreso a sus ministros, o las denuncias de corrupción que la prensa publicaba día tras día. Tampoco le importó que el hombre que le sacó las patas del barro tal día como hoy, llevándoselo en un vehículo con unos escoltas le reclamara que su vida amorosa le causaba problemas laborales. A Pérez le importaba una sola cosa: él.
Quienes lo ven como un hombre juzgado injustamente por sus tiempos con un lente blanco, verde y hasta rojo le perdonan, de una forma u otra sus excesos de la Gran Venezuela. Nitu Pérez Osuna, Roberto Giusti, Ramón Hernández, Agustín Blanco Muñoz, entre muchos otros se entrevistarían con el hombre de Rubio venido a menos, —pasado por la guillotina de unos jacobinos que luego se pintarían de rojo cardenal— desde su enclaustramiento en Oripoto lo describen de alguna forma u otra llegando a esa conclusión.
Cuando el Almirante Mario Iván Carratú Molina rompió una puerta de cristal con un arma para escapar en un vehículo junto con Carlos Andrés Pérez de un Palacio de Miraflores rodeado por soldados armados que desplegaron todo el poder de las ametralladoras, granadas, morteros y bazucas contra su estructura física seguro pensó en todas las veces que se lo advirtió. Pero la adrenalina y la balacera pondrían en el orden de importancia otras cosas, como el destino a buscar luego de escapar —por segunda vez— las balas de los soldados del 4F-1992.
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Alfaro Ucero se quedó en el palacio—el por qué estaba en Miraflores a esa hora responde a las interrogantes de quiénes conspiraban en el sector civil— rodeado de soldados gatillo alegre. Como no había espacio para él en el vehículo de huída, se quedó reclamando y refunfuñando.
Pérez quería ir a Radio Rumbos, a Carratú la petición le pareció anacrónica y lo llevó a Venevisión. Desde el canal de La Florida —propiedad de uno entre los doce que siempre ha estado susurrando a los que detentan el poder—envía su arenga. Un reparto inusual de personajes empezaron a aparecer por las puertas de Venevisión a poco tiempo de la llegada de Carlos Andrés; entre ellos Gustavo Tarre Briceño, el Tigre Eduardo Fernández que jamás han explicado cómo se enteraron de la asonada —sin que hayan imprecisiones en sus testimonios en cuanto a horas— y cómo supo que el caudillo de Rubio estaría en el canal.
Problemas militares & militares problema
«El comandante del Ejército hablaba mal del director de la DIM y del inspector del Ejército; y el director de la DIM del comandante del Ejército del inspector y del contralor de las Fuerzas Armadas; pero el contralor tampoco se quedaba atrás y desconfiaba del director de inteligencia militar y del jefe del Ejército y del inspector; y el inspector, por su parte, estaba enfrentado al director general del ministerio de la Defensa, que, a su vez, parecía haberse aliado con el director dela DIM —en contra del inspector y del jefe del Ejército— en su carrera por el despacho ministerial. «
Mirtha Rivero, la rebelión de los Náufragos, pp, 194-195, editorial alfa
Esos dimes y diretes de unos hombres adultos —y armados— que se señalaban entre sí de andar conspirando, ese teatro que montaban frente al jefe de estado era la cuestión cotidiana que llevó a Carlos Andrés Pérez a tomarse el ruido de sables con soda. A su visión, los problemas en el tema militar se debían a la manera politizada en la que Jaime Lusinchi llevó adelante los ascensos: Habían demasiados generales, pocas plazas y mucho descontento.

«Rodearon el Palacio de Miraflores y La Casona con tanques, llegaron hastalas puertas del despacho presidencial y permitieron que se les escapara un hombre desarmado en un vehículo civil, ¡ ¡ dos veces ! ! Eso te da una idea de lo desorganizados que estaban. «
— Almirante Mario Iván Carratú Molina en entrevista al autor
Herminio Fuenmayor, compadre de Carlos Andrés Pérez, director de la oficina de Inteligencia Militar y siempre muy ducho a señalar a otros del gigantesco fallo en inteligencia que supone un golpe de estado siempre ha afirmado que Hugo Chávez no era el problema, sino que Fernando Ochoa Antich, entonces General y ministro de la Defensa era uno de las principales autores intelectuales del atentado contra la institucionalidad de la República, Alberto Garrido, extinto chavólogo de dilatada trayectoria nos lo explicaba muy bien en la prensa escrita de principios de siglo.
Del heterogéneo grupo de infiltrados por la izquierda en las fuerzas armadas: las del Partido Comunista, las de Bandera Roja, las de Tercer Camino del recién extinto dinosaurio —y cause célèbre de la izquierda venezolana— Douglas Bravo, civiles todos quienes siempre creyeron que la revolución necesitaba de un brazo armado que la cuidara desde los cuarteles.
El 4F-1992 fue un desastre desde todo punto de vista de coordinación militar, afirma el Almirante Carratú, a su juicio, es imposible que un grupo de comandantes de tropa, con entrenamiento en despliegues no hayan podido capturar a un hombre mayor cuyos escoltas y armas eran escasos. Si bien el Ministerio de la Defensa, la Base Aérea de La Carlota y varios objetivos en el interior del país fueron capturados, —incluído el gobernador del Estado Zulia— Hugo Chávez, comandando tropas desde el Museo Militar no pudo tomar el Palacio de Miraflores.
El teniente coronel Chávez Frías, desde el Museo Militar busca enconcharse, transar y ganar tiempo con el entonces Ministro de la Defensa, el General Ochoa Antich, y otros panas notables involucrados en la conspiración como Santiago Ramírez y Ramón Guillermo Santeliz.
Yo saqué una pistola y le dije vamos a entrarnos a tiros aquí mismo, él me respondió «no mi General».
Carlos Julio Peñaloza Zambrano en El delfín de fidel
Yo no vine aquí a entrarme a tiros con usted. Pudo haber sido una trampa bien pensada [para botarme del ejército], pero yo iba preparado para esas cosas.
Hugo Chávez en entrevista a Agustín Blanco Muñoz, «Habla el Comandante» PP. 189
Es falso que todos los reportes señalaban a Hugo Chávez como el autor intelectual, factótum y mastermind del cuartelazo sangriento que dejó su cicatriz en la historia y el imaginario venezolano. Muchos reportes señalaban a los generales, supervisores directos de los alzados como elementos clave de la conspiración. El teniente coronel era uno más, uno más que sospechosamente se perdió el Caracazo, uno más que había aplazado el curso de Estado Mayor por no saber conjugar el verbo ser/estar in english, uno más que desaparecía los tanques de una guarnición entera para rodarlos por los llanos venezolanos haciendo mitines cívico-militares llenos de arengas y consignas patrioteras.
Los jóvenes militares del 4F-1992 consideraban que eran ellos y no sus generales, —piezas clave de la conspiración para que uno de tantos se moviera con pertrechos militares y propósitos comunistas en la Academia Militar— los que debían llevar adelante el proceso —palabra con la que las dictaduras militares latinoamericanas definen a sus gobiernos— de transformación de la patria, la inspiración la tomarían de otro Pérez —de distinto signo ideológico y verde oliva— igual que ellos que conspiraría estando de teniente en otros tiempos con elementos de una era guanábana.
Los militares del 4F-1992 construyeron sobre su fracaso una égida de falso heroismo e hidalguías populistas, le mintieron a la gente diciendo que la represión que Carlos Andrés Pérez durante el Caracazo, aunada a la corrupción de la Gran Venezuela fue lo que los motivó al alzarse.
Los que ejecutaron la represión fueron los cuadros medios del ejército, los mismos que luego se alzaron tal día como hoy. Las mismas caras que hoy están decorando los afiches de «se busca» de varios países.
De aquellos polvos, estos lodos; lo que los militares del 4F-1992 no lograron por la fuerza, la élite corrupta lo logra por vías de hecho de apariencia legal; Carlos Andrés Pérez fue juzgado en democracia, auge y caída de toda una historia que gira en torno a las figuras políticas más emblemáticas del período de la historia venezolana más largo del siglo XX.
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